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Revista Semana: Protagonistas de reforma

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Revista Semana. Por Daniel Samper Ospina

Sufrí por César y Ana Milena con todo lo que le sucedió a Simón, nuestra Valerie legislativa. Pobre, pensaba mientras lo molían a críticas: que alguien se compadezca de él. El muchacho triunfaba en su carrera pública a pesar de que es un animal -un delfín, concretamente-: ya sabía dónde quedaban los salones del Capitolio, dónde el baño, dónde la tienda de dulces. Pero todo se le derrumbó luego del episodio de la reforma, y por una razón fundamental: porque esta juventud ya no lee. Se la pasa viendo televisión. Y televisión colombiana, para colmo de males. Programas como Protagonistas de Nuestra Tele, por ejemplo, uno de esos realities que lo reconcilian a uno con el espécimen colombiano. Esta semana, para no ir más lejos, Jorge Enrique Abello visitó la casa estudio convertido súbitamente en un sensei de la actuación, y pidió a los participantes que se quitaran la ropa y se pararan en calzoncillos frente a un espejo para encontrarse a sí mismos:? —Dime qué ves, qué ves en el espejo —gemía Jorge Enrique.

—Veo... Veo... ¡veo un hombre que vendió su cuerpo! —sollozaba el participante.

—¡Deja atrás tu pasado! —lo animaba Jorge Enrique, mientras las lágrimas le corrían la pestañina.

Hipnotizados con programas semejantes, es imposible que los jóvenes lean las reformas constitucionales que deben aprobar. Por eso compadezco a Simón, pobre. "Vamos a construir el gran edificio de la Justicia", leyó, cuando en realidad decía "el gran adefesio de la Justicia". Ojalá que César y Ana Milena no lo juzguen y, más bien, lo metan al Ipler. Hay descuentos para él y Pachito.

El hecho es que por su culpa, y por culpa de la clase dirigente en general, el país casi se desploma. Recuerdo que, cuando sucedió todo, yo rezaba en silencio para que los congresistas de mi partido, el Partido Conservador, no me hubieran defraudado: ¡que alguien saque pecho por la moral conservadora!, pensaba: ¡el doctor Gerlein, siquiera, que para hacerlo solo necesita bajarse un poquito el pantalón! 

Pero todos me decepcionaron. También los políticos de otras colectividades, como un ministro de Cambio Radical, cuyo nombre no diré, que ahora se lava la media mano, pero que cuando ocupaba la cartera de Interior y Justicia inició el proyecto: incluso aportó el índice, como se puede ver.

Eso me pasa por ser un pobre simón gaviria, pensé. No vuelvo a creer en la clase dirigente de Colombia. Ojalá recluyan a sus miembros en un lugar humillante, en el que pierdan del todo su dignidad; un lugar ante el cual Guantánamo parezca un balneario: me refiero, cómo no, a que les den la casa estudio de Protagonistas de Nuestra Tele por cárcel.

Me relamía imaginando a los políticos colombianos obligados a soportarse los unos a los otros mientras tienen sexo a escondidas y se visten con una camiseta negra con el nombre marcado: Carlos Emiro, Karime, Juan Mario, Dilian. Y también Nilson y Leonidas y demás magistrados silenciosos.

No existiría un amenazado a la semana, pero Uribe amenazaría a los de SEMANA, en especial a Daniel Coronell. La primera prueba de talento consistiría en hacer que, como homenaje a su trabajo legislativo, un equipo conformado por Juan Manuel Corzo, Enríquez Maya, Emilio Otero y Luis Fernando Velasco se bamboleen como micos por todo el set mientras se rascan la cabeza y comen banano, que es una práctica clandestina que suele darse en el reality. Para el segundo ejercicio, todos deben quedar en calzoncillos frente a un espejo mientras Jorge Enrique Abello se cree el profesor de La sociedad de los poetas muertos y los insta a lanzar confesiones dolorosas: 

—Juan Fernando: dime, ¿qué ves?

—No veo nada ggave: ahoga iguemos a una gueunión con el gesidente paga tumbag la guefogma.

—Pero si tú mismo la firmaste...

—Es que soy Cgisto, pego paguezco Pilatos —dice, y rompe en sollozos.

Después pasa Uribe, que estuvo amenazado por convivencia hasta que resucitaron las Convivir y todos se pacificaron.

—¡Sácalo! —lo insta Jorge Enrique—: ¡sácalo todo! ¡Confiesa lo que tienes por dentro! 

—Yo... yo... yo quería aprovechar este enredo para promover una constituyente y regresar al poder —dice antes de atacarse a llorar.

Por último, pasa Juan Manuel, el hombre que propuso una reforma nociva a la que, gracias a Dios, unos congresistas patriotas llenaron de micos para hacerla inviable; el presidente que neutralizó con premios a los magistrados y que, cuando vio que los ciudadanos reaccionaban, encabezó sin pudor las protestas contra su propia reforma. 

Juan Manuel se para frente al espejo en calzoncillos: 

-Dime, dime qué ves —se sobreactúa Jorge Enrique.

—Veo... veo... veo un hombre traidor —confiesa llorando—: veo un hombre que vendió su alma.

—¡Sigue, sigue! —lo insta el sensei sin que el blower se le afecte. 

—Un hombre traidor, sí, pero hermoso —se calma, y se lanza a besar su propia imagen. 

Y yo lo entiendo: la del espejo es la única imagen de Santos que no está cayendo en las encuestas. Luego de la reforma, muchos simpatizantes dejaron de apoyarlo. Lo cual era previsible porque, como bien lo dijo él mismo alguna vez, "solo los 'simones gavirias' no cambian de opinión". 

 

 

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