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¿Por qué persiste la corrupción? Por: Rudolf Hommes

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Artículo de Opinión

El Tiempo 12 de Julio del 2012

Ahora que ya se ha dejado de pensar en el peligro que representó para el orden constitucional y en general para la democracia el intento de reforma de la justicia, es oportuno pensar qué tipo de corrupción fue la que hizo posible que progresara, a pesar de las voces de alerta que se dieron, y que desaparecieran los controles que provienen de la separación de poderes.

Generalmente se concibe la corrupción como el tráfico (ilegal) con propiedad del Estado, de terceros, o de privilegios o permisos emanados del Estado para beneficio particular y se atribuye a individuos. Esta forma de corrupción venal induce la preocupación de que intereses económicos capturen al Estado o lo influencien para generar beneficios en cabeza propia. Es una corrupción que involucra a individuos y a agentes económicos, posiblemente se origina en el sector privado, y a la que se debe combatir con permanente vigilancia y efectivas instituciones de control.

Pero esta no es la peor o la más dañina forma de corrupción. La que impide que los países se desarrollen y la que ha preocupado a los filósofos y a los pensadores políticos en el tránsito de la antigüedad a la era moderna ha sido la corrupción del sistema, que nace en el Estado y proviene del sistema político dominante, cuando los políticos manipulan sistemáticamente la economía o la capacidad del Estado para generar rentas o beneficios de todo orden para asegurar, aumentar o mantener su poder político. Este no es un asunto de manzanas podridas que causan problemas, ni se soluciona sustituyendo a los malos y poniendo a gente de bien en posiciones de autoridad (o liderando a los malos). Es una falla fundamental del sistema que mantiene a la sociedad en permanente peligro de que se concentre excesivamente el poder y se pierda el equilibro que emana del balance entre poderes, que es el que garantiza la libertad y la estabilidad democrática (John J. Wallis, The Concept of Systemic Corruption in American Political and Economic History, NBER Working Paper Series, Working Paper 10952).

La crisis derivada del intento de reforma de la justicia fue un incidente de pura corrupción del sistema y, aunque en apariencia ya fue superada, sigue vivo el sistema que la provocó y la hizo posible. Esta reforma también involucró venalidad, especialmente por parte de miembros del poder judicial, y ausencia de control del conjunto del Gobierno, que fue lo que despertó a la ciudadanía y le puso fin al intento de desmontar el frágil equilibrio existente. Pero hay que seguir alertas porque no existe el balance requerido entre los poderes, como fue evidente por la confabulación entre ellos, y sigue latente el peligro de que se intenten otros actos motivados casi exclusivamente por el afán de mantener o aumentar el poder político.

Desde hace tiempo se ha venido repitiendo que en Colombia el sistema político es corrupto, pero cuando se dice eso se piensa siempre en individuos venales, funcionarios indelicados y en la gente que llega al Gobierno a hacerse rica o a pagar favores. No se percibe seriamente que la corrupción es inherente al sistema político existente, que sobrevive por las rentas y beneficios que él mismo genera para continuar en el poder.

El clientelismo que combatía Galán y que se alió con la mafia para matarlo, o la "corrupción y la politiquería" a la que se refería Álvaro Uribe cuando por un instante coqueteó con el reformismo son las manifestaciones de la corrupción del sistema que cada vez toman mayor fuerza y que no se intenta reformar, sino que por el contrario se fomentan y afianzan cada vez más en los círculos de poder. Por esa razón, son generalmente fallidos los esfuerzos anticorrupción que surgen de los gobiernos.

 
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